3.10.09

No sé

Sus manos frías me saben a Jazz,
a ron con hielo, a tardes de espera y de luna.
Pienso mientras me habla mi inconsciencia,
que me dice que mi consciencia se aburrió de esperarme y se ha ido para siempre,
y que ella ahora está sola, y yo no sé que hacer.


Mirando la tele, quién sabe por qué, se me ocurren
tragedias alternativas a la de los libros de historia:
una epidemia de un virus antivirgenes que en los 80
fue bandera de la promiscuidad,
el último trozo de suelo no pisado que fue robado el 14 de febrero,
y que fue lanzado de un globo ocular por un hombre enamorado de la luna.

Sonrío y sus manos pintadas me saben a infancias felices.

Adoro las calles porque aceptan mis ojeras y mis humores, porque nunca preguntan que pasa, y si hay suerte te invitan incluso a tomar unas cervezas.
Me gustan las calles porque saben que los paisajes duran lo que tú quieras mirar.

Detalles: ese sitio donde todos vamos de vez en cuando
a tirar los restos del naufragio por la borda,
ese lugar donde todos lloran para que nadie les diga nada
cuando en realidad quieren escuchar todo,
una espina polar me revienta las costillas en las ultimas madrugadas
y "acierto de suerte" me suena igual que "alivio de luto" pero sin tanta tragedia escondida.


Sus manos delgadas se fuman mis palabras y me apretan las costillas.

Y yo ya no sé que decir.


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