20.11.10

Escondimos la tristeza bajo el nombre de amor. La escondimos debajo de la cama porque muchas veces conviene no ver la vida del otro. La tapamos con amor profundo. Ese tan profundo, que es superfluo y casi artificial.
Así la atmósfera enredó nuestros firmamentos compactos, nuestros deseos en lata.
Sus manos tibias me daban el calor suficiente como para dejar la vida en el plutón invernal. Así sus dedos tocaban lento los míos, como si fueran de cristal y sus ojos me miraban tan fijamente que era inevitable mirar hacia otro lado, era inevitable el dolor de estómago y el constante pensamiento de querer acercarle más, de que me mirara más.
En la oscuridad su iris se mezcló con su pupila distante y sus pestañas se movían lento, como para no provocar el menor trastorno, la menor dolencia. Le observé con los ojos entreabiertos para que no me descubriera, su mano temblaba acercándose temerosa a mi cara, avanzaba y luego cuando estaba muy cerca, retrocedía. Reí mentalmente de sus nervios deliciosos y pedí que por favor esas flores no fueran las últimas de esta primavera. Sus yemas acariciaron mis ojos e hice lo posible para decirle con mis manos tímidas que le quería.
Y de todo mi cuerpo brotaron ganas de que se quedara. Como si cada uno de mis estruendosos latidos me metiera en la cabeza la idea de que debía creerle, que mañana sería así también, pero todo se olvidó un día.
Me dediqué a besar gente que ni quería y entonces ni yo puedo comprender qué es lo que ha pasado.

se sentó distante. acepto que tenía miedo.
simplemente quería estar ahí
con su forma extraña y distraída
de estar en el mundo.
como si sólo existiera su mente y éln
un mundo distante, un planeta lejano,
una constelación de sonidos repitiendo su nombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario